viernes, diciembre 15, 2006

MORIR SIN HONOR

“Tengo memoria, creo que en la verdad y aspiro a la justicia, pero -al mismo tiempo- tengo la profunda convicción y la voluntad para superar la adversidad, los momentos amargos e injustos y entender que, como en los ciclos personales, también en los ciclos de la historia de una nación, se abren nuevos derroteros donde lo que aprendimos del pasado nos debe ayudar para enfrentar mejor el presente y el futuro”
Michelle Bachelet Jeria, Presidenta de la República de Chile


Hace 4 días murió Pinochet y yo me prometí que no diría una palabra mientras no se enterrara o incinerara su cuerpo. De lo último ya han pasado dos días y por fin he tenido la idea clara de lo que quiero plantear a través de las siguientes líneas.

Debo asegurar en primer lugar y con mucha honestidad, que no me alegra la muerte del ex comandante en jefe del ejército -título que nadie le discute ya que fue puesto en ese cargo por la vía constitucional, nombrado por el Presidente Allende-; no me puede alegrar la muerte de alguien que no ha conocido a Cristo, que no ha vivido y experienciado el camino del perdón cristiano, porque y pongamos los acontecimientos en orden, Pinochet no pidió perdón ni por los crímenes de su dictadura, ni por las injusticias de su dictablanda. Tres mil muertos configuran un triste testamento criminal, algunos famosos (Letelier, Jara, Prats, Bachelet), otros desconocidos; algunos enterrados en funerales iguales que él y otros que nunca aparecieron ni aparecerán para calmar el dolor de sus deudos, justifican exequias con honores militares, pero no de Estado.

Pero seamos rigurosos, los funerales de Estado los perdió no por los cadáveres, sino más bien por los dineros presuntamente mal habidos –presuntos hasta que la justicia no demuestre lo contrario-, que endosó con nombres falsos en las cuentas secretas del Riggs y que descubrió por casualidad el senado norteamericano, investigando, por cierto, los dineros de otros terroristas, los islámicos.

Quiero sincerarme y contar que cuando niño –yo nací en octubre de 1978-, cada 11 de septiembre hasta como a los 10 años, asistía en calidad de observador de calle, a la ceremonia con que se conmemoraba en la escuela militar el aniversario del pronunciamiento militar. Más de alguna vez corrí detrás del Mercedes Benz del general y recuerdo claramente una vez en que lo miraba obnubilado, cuando en una de esas ocasiones se acercó al balcón de su residencia en Presidente Riesco. Diré en mi defensa que era niño, pobre, de la vega central y me impresionaba subirme a un auto y ser llevado a esa realidad opulenta del barrio alto, que tanto contrastaba con el basural de Quinta Normal donde yo vivía en la nueva matucana.

Claro, la historia cambió, se vino la democracia, me eduqué en el Barros Arana, me fui a la Universidad en Valdivia y el país entero supo de las atrocidades de la dictadura que encabezó el hoy extinto general Pinochet.

Permítanme dar vuelta la mirada y agregar a estas disquisiciones un necesario pensamiento cristiano, pero sin llamarnos a error ni a engaño.

El asesinato, el crimen, la barbarie, son actos que un cristiano bien asumido JAMÁS justificará, desde ninguna óptica y desde ninguna trinchera teológica.

De igual forma, el no perdonar incluso actos tan deleznables como los enumerados anteriormente, es una falta gravísima ante los ojos de Dios.

Por eso y sin rehuir a ninguna de estas consideraciones anteriores, es que creo necesario un urgente acto de perdón hacia Augusto Pinochet Ugarte. Talvez de nada sirva, puesto que a estas alturas su condición eterna está bien definida, pero por la sanidad de esta tierra, por nuestro anhelo cristiano y apostólico de bendecir y gobernar los ambientes espirituales y físicos de esta nación, es que así como Daniel en Babilonia, clamamos por una palabra de restauración y de perdón que genere un cambio paradigmático en esta sociedad dividida y en franca descomposición moral.

Ya lo dije en el artículo anterior, debemos llenar nuestros entornos de sentido ético cristiano, pero antes debemos encarar nuestra raíz y concepción inicua, para que enfrentados a nuestro turbio y doloroso pasado, podamos avanzar hacia un nuevo comienzo.

Señor, perdónanos por los pecados propios y ajenos, perdónanos por derramar sangre inocente, perdónanos por las injusticias de todo tipo que se generan en nuestro Chile; perdona a nuestras generaciones anteriores, perdónanos. Pero creemos, Señor, que ha llegado el tiempo del fin de nuestra cautividad espiritual, creemos que en tu reloj eterno esta hora es crucial para nuestra tierra, permítenos empezar de nuevo y construir esta nación a tu medida. Considéranos para ello y permítenos alumbrar como tú mandaste que hiciésemos.

Hoy más que nunca, te pedimos CHILE PARA CRISTO, desde el gobierno central hasta cada rincón de la patria. Por Jesucristo nuestro Señor, Amén.